martes, 11 de marzo de 2014

Capitulo 10 "Oscuridad" (Sujeto #1)



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Llegó diciembre. Pasamos las últimas semanas reuniendo todo lo que nos sería de utilidad para nuestro viaje a los túneles del metro. Revisamos cada trastero en busca de prendas de vestir adecuadas y cómodas, armas, botiquines etc. etc. Decidimos bajar cuatro personas, Carlos, Alfonso, Sara y yo, quedándose en el refugio Jose, Manuel, María y Alba. Hasta el último momento Alba intentó convencernos de que no saliésemos, que siguiéramos buscando por la superficie la comida y el agua tan necesaria, que bajar al metro era un suicidio seguro, pero todo estaba ya dispuesto. Si teníamos suerte encontraríamos un generador para, al menos, poder pasar este invierno sin morir de frío. Aparte de poder encontrar comida y/o supervivientes. Por fin llegó la mañana, decidimos salir el primer día del mes. Nos armamos con todo tipo de objetos. Aquella noche no dormí, me la pase rememorando y estudiando el plan paso a paso. Cuando despuntó el alba, me puse el traje de neopreno, luego por encima unos vaqueros cómodos, unas deportivas, camiseta de manga larga y sudadera. Cogí el arpón y baje a reunirme con los demás. Carlos se armó con una palanca de hierro, con la que abrimos muchos de los trasteros mientras que Alfonso llevaba la espada suvenir de boda la cual vi por primera vez en el arsenal que hicieron en la piscina, no sin antes pasar por un merecido afilado que llego a borrar la inscripción con el nombre de la pareja que contrajo nupcias. Ya nadie se acordaría de ellos. Sara se armó con un bate de baseball con un dibujo de una calavera con dos tibias cruzadas debajo dibujado por mí mismo. Llevábamos también ramas gruesas con ropa echa girones y un bote de alcohol para poder iluminarnos dentro del metro ya que las pilas escaseaban y la luz que daban las linternas eran demasiado pobres para abarcar la oscuridad que nos acecharía. María nos dio una mochila con provisiones, dijo que si la racionábamos bien nos duraría para dos días enteros. Que no nos arriesgáramos a seguir si no encontrábamos algo más de comida por el camino. Desayunamos todos en uno de los áticos. Fue un desayuno silencioso, nadie decía nada, la gente estaba tensa, triste, tenían miedo de no volver a vernos. Me despedí de Martina y Domingo y de los niños. También andaban por allí Marta y Sandra. Marta era hija de Carlos, la cual sólo veía fines de semana y vacaciones ya que éste estaba separado de su mujer. La pequeña se encontraba entre gente totalmente desconocida, ya que con las pocas visitas que hacía a la urbanización, no le daba tiempo a relacionarse con el entorno. Era bajita, morena, muy inteligente pero muy tímida. Normalmente estaba apartada de los demás, sumida en sus pensamientos. Siempre creí que aquella situación la había dejado trastornada y por eso no se relacionaba. Carlos estaba siempre pendiente de ella, pero Marta apenas hablaba y mucho menos con cualquier persona que no fuera su padre. Sandra sin embargo era alegre, con una personalidad muy picaresca, hija de Manuel y María. Tenía dieciocho años y desde pequeñita destacó por su cara dura y su desparpajo. Aquella mañana se la veía triste, como a los demás. Nos reunimos Sara, Alfonso, Carlos y yo en el vestíbulo y con nosotros bajaba Alba. Nos dio un largo abrazo a todos, siendo el de Carlos algo más prolongado. Tenía miedo… Como todos. Salimos del portal y a escasos cinco metros estaba la boca de metro. Mientras Carlos y Alfonso rompían los cierres metálicos con una cizaña Sara y yo vigilábamos el perímetro por si aparecían caminantes. La zona estaba demasiado tranquila. Diez minutos más tarde la boca del metro estaba abierta. Hizo un ruido ensordecedor por lo que nos metimos rápidamente en la estación. Cuando ya estuvimos todos dentro, Carlos cerró la puerta dejándonos en la más absoluta oscuridad. Prendimos las antorchas que preparamos en el refugio y nos dividimos en dos grupos: Carlos y Sara por un lado y Alfonso y yo por el otro. Bajamos las primeras escaleras que vimos y nos encontramos con la taquilla y los tornos del metro. Como era de esperar, había caminantes, y había muchos, pero no podían pasar por la barrera que hacían los tornos. Así que uno a uno, con el arpón, fui eliminándolos según se acercaban, hasta que había una pila enorme de cuerpos sin vida yacía frente a nosotros. Cuando nos aseguramos de que no había más Caminantes en el hall, saltamos los tornos y vi una máquina expendedora, destrozada, no quedaba nada para nosotros, solo un montón de cristales rotos y maquinaria destrozada. Nos adentramos hacia las entrañas de la estación. Bajamos las escaleras despacio, ya que escuchábamos gruñidos cerca. Poco antes de llegar al andén, vimos un grupo de Caminantes intentando subir las escaleras para darnos alcance. Esta vez casi no me dio tiempo a lanzar al arpón, ya que Carlos y Alfonso bajaron rápidamente golpeando con sus armas a aquellos seres. No quedó uno en pie, pero cuando entramos en el andén… En las vías de metro había cientos de ellos, sin poder subir al andén. No había tiempo para matarles a todos, ya que seguramente en el andén habría más criaturas. Pasamos con mucho cuidado y procurando no hacer ruido, los Caminantes apenas se dieron cuenta de nuestra presencia. El andén comunicaba en el otro extremo con la estación de tren. Recuerdo que allí había algunos bares y cafeterías así que fuimos derechos para allá. Subimos las escaleras y llegamos al hall donde se comunicaba la estación de autobuses, el tren y el metro. Había cientos de caminantes. Todo estaba infestado. Fue en ese momento cuando me di cuenta de mi error. ¿Cómo no pensé que estaría todo lleno de aquellas cosas? Además con poca luz… Aquello era un suicidio. Estaba a punto de decirles a los demás que volvíamos cuando comencé a escuchar un ruido en las vías del tren que poco a poco iba acercándose. En cuestión de segundos un tren apareció a toda velocidad por las vías que teníamos enfrente arroyando a todos los caminantes a su paso. No llegue a distinguir si lo conducía alguien o iba descontrolado, pero me dio esperanzas. ¿Y si no éramos los únicos? ¿Y si había más gente viva con la que seguir luchando? Aquello era una clara señal de que alguien mas había, un tren no se lanza solo a recorrer las vías de aquella muerta ciudad. Había que actuar rápido. El tren nos había dejado el camino libre para poder andar por las vías e investigar. Pero aún quedaba una complicación. Estábamos detrás de los tornos de salida del metro que daban paso a otra serie de tornos, en concreto los del tren. Desde nuestra posición podíamos ver unos de los andenes, pero entre ambos había al menos cuarenta o cincuenta caminantes. Eran demasiados para cuatro personas, sin contar los que estarían por la entrada de la estación de autobuses, situada a nuestra derecha. Ahí no había barreras y no podíamos divisar el pasillo que llegaba hasta las dársenas de autobús. Podría haber en total setenta o cien criaturas y no podíamos volver atrás con las manos vacías. Lo que pasó a continuación ocurrió demasiado rápido como para poder relatarlo con detalle. En un rápido movimiento, Alfonso me quitó la antorcha, pego un salto y pasó los tornos del metro. Comenzó a gritar y a adentrarse en la estación de autobuses, atrayendo a todos los espectros hacia él. Sara se quedó paralizada al contemplar aquella escena. Alfonso, nos gritaba que echáramos a correr hacia las vías mientras desaparecía por uno de los conductos que dirigía a la estación de autobuses, hacia las entrañas de la estación. Como si fuera un acto reflejo, agarre a Sara y cruzamos los tornos. Carlos nos seguía, esquivamos los pocos caminantes que se habían quedado a esperarnos y pasamos los tornos, en dirección a la vía donde acababa de pasar misteriosamente un tren aparentemente sin tripulación. Conseguimos subir a la segunda planta de la estación apenas sin problemas y buscamos rápidamente con la mirada algún lugar donde guarecernos y recomponernos. Se me ocurrió meternos en la cabina del vendedor de tickets, al menos para poder respirar, beber un poco de agua y no perder de vista la estación a través de la ventanilla de cristal. Cuando conseguimos entrar forzando la cerradura, Sara dejo caer en la silla. Carlos le pregunto por su estado nervioso, emocional, físico etc. etc., era un buen hombre y para él se podía decir que éramos sus hermanos pequeños. Yo, todavía en shock por el acto “heroico-suicida” de Alfonso me paré enfrente de la ventanilla, donde se sentaba el vendedor de billetes a ver pasar cada día cientos y cientos de personas. Por un momento la estación cobró vida de nuevo en mi mente, grandes focos blancos colgando del techo, personas que se dirigían a sus centros de trabajos, a sus casas, escuelas, universidades… Personas a las que no les colgaba un trozo de carne de la cara, que no intentaban comerte, personas… Recobré el sentido cuando escuchamos un ligero zumbido en la sala donde nos encontrábamos. Al principio pensé que podría ser una de esas cosas que estaban medio adormecidas y no se había percatado de nuestra presencia hasta ahora, pero no, esos gruñen no sueltan leves zumbidos. Habíamos perdido gran parte del equipo en la carrera por sobrevivir hasta donde estábamos, pero aún conservaba mi linterna dinamo, busque por toda la sala, con cuidado de no crear demasiada luz pues era un claro reclamo de criaturas. Carlos y Sara comenzaron a preguntarme que qué buscaba exactamente hasta que, en la esquina superior vi una pequeña cámara de vigilancia… Con el piloto de •REC encendido.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Capitulo 9 "Roto" (Sujeto #1)



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Cuando salimos de la reunión con respecto a la salida que haríamos por los túneles del metro, subí a mi casa. No me apetecía estar con nadie que no fuera Sara. No me gusta hablar mucho de mis sentimientos… Creo que para sobrevivir no hay que pensar demasiado en lo que perdimos, no podemos vivir en el pasado… Pero aquella casa atraía recuerdos de mi antigua vida. Ya os dije que vivía con mis padres, era hijo único así que estaba muy unido a ellos, éramos una familia modesta, de clase media, nos gustaba viajar, conocer lugares nuevos. He de confesar que era un adolescente bastante problemático, drogas, fiestas, chicas… No sé bien cómo supieron encarrilarme y hacerme entrar en razón. En ese momento me paré a pensar, cuando entré en la puerta de mi casa, que nunca más me recibirían. Nunca mas volvería a discutir o a reír con ellos, a tomar unas cervezas con mi padre, a darle un nieto a mi madre, jamás verían si me habría convertido o no en un hombre de provecho, con un buen trabajo, una preciosa mujer y unos adorables niños… Sé que era lo que esperaban de mí y ahora nunca lo tendrán. A veces tenía la pequeña esperanza de que siguieran vivos, pero pasaban los días y nadie venía a buscarme. Recuerdo que las mañanas de sábado antes de todo esto, me levantaba con el olor que salía de la cocina. Huevos fritos, bacón, tostadas con quesitos, paté, embutido. Desayunábamos los tres juntos, sin prisa. Los domingos eran aún más especiales, cuando había mundial de motociclismo, me sentaba con mi padre en el salón a disfrutar de las carreras… Nos encantaba.
Al recordar estas cosas, me derrumbé. Me senté en el sillón favorito de mi padre y estuve horas llorando hasta que me quedé dormido. A la mañana siguiente cuando desperté, pensé que todavía era de noche, el invierno se acercaba y los días grises empezaban a abundar, el Sol poco a poco nos iba dando la espalda y comenzaba a recibirnos el frío. Todos nos preparábamos subiendo mantas y ropa de abrigos que encontramos en los pisos del bloque a los áticos. Los que más sufrían este frío eran Martina y Domingo; y los pequeños. Aún no os he hablado de los pequeños.
Ana y Eduardo eran dos hermanos, huérfanos a causa del holocausto, que cuidábamos y enseñábamos entre todos. Siempre andaban en las faldas de Martina, que con el paso de los días, se había convertido, junto con Domingo, en sus abuelos. Ana tenía ocho años, era rubia con el pelo rizado, ojos marrones, delgada y con la cara llena de pecas. La encontraron encerrada en el ascensor con su hermano el “Día D”. Los primeros días después de su rescate, los pasó enclaustrada con el pequeño en uno de los áticos. No comían, apenas dormían y lloraban durante largas horas. Eduardo tardó menos en salir e integrarse con los demás. Es un niño rechoncho, de mejillas coloradas, pelo castaño, bajito para su edad y muy cariñoso. Enseguida cogía confianza con las personas y le costó menos habituarse a las nuevas caras. Salió una semana antes que su hermana de la habitación que se les asignó, en el ático donde se encontraban Martina y Domingo. Pienso que era lo más complicado de todo, los niños. ¿Cómo explicarles lo que había sucedido? ¿Cómo decirles que era casi imposible que volvieran a ver con vida a sus padres?
                A mí la verdad que nunca me habían gustado los niños, me parecían ruidosos, molestos y por lo general mal educados. (Culpa de los padres, sin duda) Pero me encariñé con estos dos. Ahora eran como hermanos pequeños para mí. Pasábamos largas tardes los cuatro; los dos pequeños, Sara y yo. Les contábamos anécdotas de antes de la plaga, otras veces contábamos historias inventadas, y si el riesgo era bajo, les cantaba alguna canción con la guitarra. A momentos creía que todo era normal. Era casi como tener una familia en la que Sara y yo hacíamos el papel de padres. Pero después de lo sucedido con Sara, me había distanciado bastante de los pequeños a la vez que de Sara y los demás. Pasaba largas horas en mi piso trazando el plan que teníamos previsto para principios de diciembre. Apenas bajaba a la zona común y me quedaba las pocas horas de luz que había al día leyendo frente al mirador. Al menos una vez al día Carlos o Alba se pasaban por el piso a ver si estaba bien y a traerme comida y agua. Me decían que les tenía bastante preocupados, que debería volver a las zonas comunes. Los niños preguntaban por mí todos los días y decían que veían a Sara muy baja de ánimos. Alba se quedaba más tiempo conmigo para hacerme entrar en razón, hasta que me hartaba y le pedía amablemente que se fuera. No me gustaba que me psicoanalizaran, aunque sé que lo hacía con su mejor intención.
                Pasaba las horas muertas leyendo todo lo que tenía por casa. Devoraba libros en cuestión de horas. Algunos me trajeron nostalgia ya sea porque fueran tiempo atrás de mis padres o bien porque fueran regalo de ellos. Tenía su habitación cerrada. Ni siquiera saqué la ropa para llevársela a los demás refugiados. Estaba todo intacto; la cama hecha, el libro que leían por entonces reposando en sus mesillas de noche esperando a que lo terminaran, y además frente a la cama, un gran espejo. En uno de esos días de enclaustramiento me puse frente al espejo. No era la persona que recordaba ser. Tenía una horrible barba de adolescente, el pelo sucio, las ropas manchadas. Había envejecido años en tan solo unos meses. Aquella persona que me devolvía la mirada no era la misma que yo conocía. Había cambiado, y sólo era el principio…
 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Capitulo 8 "Tengo una idea" (Sujeto #1)


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Pasaron un par de semanas desde la salida nocturna de Sara y las cosas estaban un poco más calmadas. Después del incidente mi actitud hacia ella cambió considerablemente. Aquella noche actué sin pensar y en caliente, pero cuando conseguimos llegar y lo pensé en frío… ¿Por qué lo hice? Si, vale, era mi amiga, pero ya éramos mayorcitos así que decidí distanciarme de ella por una temporada. No sé si  para hacerla escarmentar o para quitarme ideas absurdas de la cabeza, necesitaba mantener la mente fría ya que un paso en falso significaba la muerte. Ella claro está, notó ese distanciamiento, al principio insistía en hablar del tema conmigo pero siempre me escabullía con cualquier excusa. Solicité el cambio de ático y pedí que me aumentaran las guardias para coincidir con ella lo menos posible. Ella se dio cuenta de aquellos detalles y al final desistió, respetó mi opinión y me dejó tiempo para pensar. Por lo demás todo seguía igual, excepto por los alimentos. Empezaban a escasear y las raciones cada día eran más pequeñas. Estuve hablando con Carlos sobre salir más allá del barrio a por víveres. Había pensando ir por las líneas de metro hacia otros núcleos urbanos cercanos, pero éramos pocos hombres y no podíamos dejar el refugio sin protección, y además, a Carlos y a los demás les pareció una locura. El único que estaba medio convencido de mi idea era Alfonso. El panadero dijo que era una opción, no era la mejor, pero tampoco había muchas más. Bajar al metro, abrir las máquinas expendedoras y coger todo lo que se pudiera utilizar para proteger y preservar el refugio. Da la casualidad de que en nuestro barrio tenemos (o teníamos) metro, cercanías y una estación de autobuses que conectaba con el resto de ciudades del país. Miles y miles de personas transitaban antes aquellas estaciones y ahora… Miles de Caminantes siguen deambulando por las instalaciones.   Ahora que tenía en mente el plan, tenía que pensar el qué podríamos sacar de ahí dentro. En el metro como ya he dicho había maquinas expendedoras con comida y bebidas (o igual ya no), había comercios en los que podría haber alimentos imperecederos, igual había supervivientes o lo mismo encontrábamos algún generador de emergencia en las instalaciones. La idea iba cobrando forma y ya nada me podría echar para atrás en su ejecución. Al día siguiente durante la comida, hable con los demás, propuse mi idea y Sara me miró en el momento que dije “Bajar al metro”. Se armó un gran revuelo y la gente comenzó a hablar más y más alto, hasta que Carlos les silenció, me permitió continuar con el plan que establecí. Cuando terminé de exponer, se impuso un silencio que se me hizo eterno. Cuando pedí voluntarios, solo Alfonso levantó la mano y añadió – Estoy harto de estar aquí metido, de salir como vulgares ratas a por comida y volver corriendo a nuestra ratonera, quiero poder hacer algo más… Miraos… ¿De verdad creéis que sobreviviréis aquí? No… Algún día esos mamones entrarán y nos mataran a todos- Hizo un recorrido con la mirada, posándose en los ojos de Jose, Carlos, y Manuel. –Somos cuatro, si vamos bien protegidos y armados podremos conseguirlo. Deberíamos mirar en los trasteros, puede que encontremos ropa más adecuada y armas para defenderlos-. Cuando dijo lo de los trasteros, caí en la cuenta y grité: -¡Cómo puedo ser tan estúpido!- Los demás se quedaron alarmados cuando me vieron salir corriendo hacia una de las puertas que daba a los pisos. Subí a mi casa y rebusqué los por cajones de mi padre, encontré la llave que buscaba, la llave del nuestro trastero. Bajé corriendo al piso -1, atravesé el garaje y pasé dos puertas, una sin llave y la otra con llave, la misma llave para el portal que para la sala de los trasteros… Genial. Entre en la sala y encendí la linterna, con las prisas se me había olvidado completamente la posibilidad de que hubiera algún Caminante por ahí abajo pero bueno, no iba a volver atrás únicamente para mirar estando tan cerca de lo que buscaba. Si habéis leído alguna vez acerca de cómo protegerte contra el apocalipsis zombie, sabrás que una de las precauciones que debes tomar en llevar ropa adecuada, y os diré que es lo más adecuado… ¡El neopreno! Cuando Alfonso dijo de explorar los trasteros caí en la cuenta de que mi padre y mi madre hacían submarinismo en verano. Tenían dos trajes casi nuevos en el trastero y a saber que más material. Me puse la linterna en la boca, sujetándola con los dientes para poder disponer de las manos. El arcón de plástico donde estaba guardado el equipo de submarinismo no tenía cerradura así que solo tuve que desanclar dos cierres y ahí estaban, los dos trajes de neopreno. Me pondría uno de ellos sobre la piel directamente, luego ropa normal por encima y listo. Al ser tan elástico, la mordedura es mucho más difícil que sea efectiva y eso es un gran punto a favor. Pero había algo más en el arcón. Un precioso arpón, con la punta muy afilada, pasé un dedo para comprobarlo y en efecto, una gota de sangre comenzó a correrme por el dedo y casi de inmediato, escuche varios golpes muy cerca de mí. La sangre… Maldita sea, que estúpido soy, ¿lo habrían olido aquellas cosas? Pues si, en efecto, salí del trastero con el arpón cargado y la linterna en la boca, temblando de miedo y a los pocos metros apareció el primero. Una fracción de segundo fue lo que transcurrió desde que lo vi hasta que le clavé el arpón en uno de los ojos, desplomándose estrepitosamente contra el suelo. Cogí el arpón con cuidado de no ensuciarme con la sangre y enfoqué hacia la puerta de acceso a los trasteros por si había alguno más. Al ver que no, me di la vuelta, volví a mi trastero, me apoderé de los trajes y cerré con llave. Busque algo para meterlos y poder llevarlos y divisé una mochila al fondo, salté entre las cosas, la abrí y saqué lo había dentro (apuntes míos del instituto…) Metí los neoprenos, cerré la puerta con llave y salí del cuarto. Recorrí el mismo camino, atravesé el garaje, ahora sí, con más precaución y a mi paso cerré todas las puertas que encontré en mi camino. Llegué a casa sano y salvo, deposité la mochila en el salón y volví a bajar a la zona común. Alfonso había convencido a los demás para hacer la expedición y mi mayor sorpresa fue ver que Sara también se había apuntado. Claro está, me negué, poco más tarde hable con Carlos y me opuse a que Sara nos acompañara después de lo que hizo hacía unas noches. Carlos solo pudo responderme que era mayor de edad y que no podía negarse, que si quería formar parte y ayudar no estaba en su mano decirla que no. Lo único que pensé era que tenía que hablar con ella, hacerla entrar en razón, pero recordé que no nos hablábamos así que la cosa estaba complicada…  Lo último que se dijo era que la salida se haría en la primera semana de diciembre.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Capitulo 7 "Salidas nocturnas: Segunda parte" (Sujeto #1)


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Sara… ¿Dónde coño estás Sara? No dejaba de preguntármelo, la oscuridad se ponía en mi contra ya que no veía a mas de tres metros por delante de mí, si veía algo moverse podía ser una rama, un caminante o a saber qué, pero nunca era Sara. Sabía más o menos en que zona vivía su novio pero desconocía el bloque, el piso etc. etc. Sería dar palos de ciego, y no era seguro andar por ahí a aquellas horas. Joder aquello era una locura, había abandonado el refugio para buscar a alguien que no quería ser encontrado. Estaba perdido entre coches abandonados, cadáveres despedazados, cristales por todos lados, era la jungla. Bajando un poco mas por la misma calle escuché un ruido debajo de un puente por el que antiguamente pasaba por encima el tren de cercanías. Me acerqué un poco mas tratando de divisar algo cuando, sin querer, me acerqué tanto que se me echaron encima cuatro caminantes. Uno a uno y con algo de distancia entre ellos es fácil matarles, o rematarles mejor dicho, ya sabéis que estaban muertos, pero cuatro tan juntos… Llamadme cobarde, pero salí pitando de allí. Tuve que dar un rodeo bastante grande para poder seguir mi camino, esquive cuatro o cinco caminantes más que andaban por la acera de la izquierda y logre bordarlos como pude entre los matorrales, intentando no atraer su atención. Anduve un poco más hacia abajo y volví a cruzar la calle, escondiéndome entre los coches para no llamar la atención de los muertos. La cosa se complicaba, había como unos veinte muertos andando en varias direcciones y me cerraban el paso. Si corría hacia ruido, si no corría, moría. Conseguí esquivarlos a todos matando solo a dos de ellos, mismo proceso, palanca en el ojo y tirar, sencillo. Seguí por la calle, buscando por los portales cuando oí algo que me aterró. Decenas de aullidos al unísono, montones de caminantes amontonados unos encima de otros de cara a uno de los portales… Sara… Eche a correr hacia ellos y me puse a gritar como loco, no paraba de correr y gritar, la mayoría de ellos comenzaron a seguirme, pero había todavía cinco en torno al portal. No pude divisar si Sara estaba o no escondida allí, si habría conseguido colarse entre los barrotes y entrar saltando la verja hasta que oí gritar mi nombre: Era ella, Sara estaba viva, “por favor que no la hayan mordido” pensaba una y otra vez mientras uno a uno me iba cargando a esas cosas. Ya solo quedaban los cinco que seguían intentando dar caza a Sara a través de los barrotes, había dos muy juntos, uno al lado del otro, le clave al de la derecha la palanca en la sien y atravesé a los dos del golpe. Los otros tres que estaban en el suelo simplemente les estampé la bota en el cráneo. Cuando pasó todo, Sara saltó la valla que nos separaba y me abrazó, fue un abrazo largo, con ternura, de esos que al recordarlos te da un escalofrío por el cuerpo. Hasta el instante antes de que me tocara estaba furioso, muy cabreado, pero fue sentir su aliento en el cuello y me calmé… No quería romper aquel momento pero estábamos a merced de a saber cuántos caminantes, me separé de ella despacio, la cogí la mano y echamos a correr hacia el refugio. Habría represalias y muy duras, a ella por salir y a mí por seguirla. ¿Quién me mandaría a mí…? Cuando llegamos estaba medio amaneciendo, ya clareaba un poco por el horizonte, nada más entrar me topé con Carlos, que me lanzó una mirada de rabia que jamás había visto en él. Nos hizo pasar y vi que también estaba Alba, la habían despertado por si llegábamos con heridas. Alba llevó a Sara a uno de los áticos y cuando eché a andar detrás de ellas Carlos me agarró del brazo y me llevó al jardín de la urbanización. No recuerdo con exactitud que me dijo, pero no le faltó un ápice de razón. Fui un inconsciente, que hubiera tenido suerte una vez no significaba que la fuera a tener siempre, al fin y al cabo tenía sólo dieciocho años… No podía hacer grandes cosas como ellos, no era fuerte ni tenía un cuerpo atlético, fumaba desde los quince años y no podía correr más de cien metros sin que se me saliese un pulmón. Tenía que empezar a madurar, a ser coherente y centrarme en lo prioritario. Aquella noche aprendí una lección importante. No estoy sólo, pedir ayuda no es de cobardes. Siempre recordare estas palabras que me dijo Carlos aquella madrugada, gracias a ellas hoy estoy vivo.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capitulo 6 "Salidas nocturnas: Primera parte" (Sujeto #1)



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Por las noches, el grupo se dividía en cuatro, ya que cuatro eran los áticos de los que disponíamos. En dos de ellos hubo que forzar la cerradura y hacer arreglos para mayor seguridad, otro de ellos pertenecía a Carlos y el otro a Manuel y María (mas adelante os hablaré de ellos) Aquella noche me tocaba guardia, junto con Carlos, Manuel, Alfonso y Jose, los cuales os presentare más adelante. Cada uno guardábamos un par de entradas, delantera y trasera, y dábamos vueltas por nuestros pabellones. Por el día, algunos se dedicaban a salir a por ayuda, comida o mas supervivientes, llevábamos dos o tres meses en aquella situación y nadie había visto a ninguna otra persona fuera del refugio… Ni ayuda, ni aviones, ni helicópteros… Nada. Aún éramos bastante los que se ofrecían a hacer guardias por los bloques, y empezamos a entrar en las casas de los vecinos que o seguían dentro, o estaban muertos, como siempre, la segunda opción era la más factible. De esa tarea normalmente nos encargábamos Sara, Alfonso y yo. Alfonso fue militar en sus tiempos jóvenes y nos enseño a abrir puertas con una ganzúa, destornillador y un poco de maña… Tenía que ser una buena pieza este tío en su época, pero aquello nos ayudó a encontrar algo que aún conservo, inservible ya por el paso del tiempo, pero que guardo con nostalgia. Una cámara de fotos Polaroid, de revelado instantáneo, gracias a ella ahora puedo mostraros algunas de las cosas más impresionantes que llegaréis a ver, estoy seguro. La encontré en un tercer piso, del bloque B, en el que yo residía, estaba guardada en una vieja caja en lo alto de un armario, como reliquia que era, con su funda y un buen puñado de carretes sin usar. No me serviría para sobrevivir pero siempre me había gustado la fotografía, aunque, lo que llegue a fotografiar con ésta en particular… No era nada agradable. Pero esta es mi misión, haceros llegar el mensaje, haceros ver lo que pasó y como conseguimos llegar hasta donde estamos ahora, tenedlo muy en cuenta.
Los días cada vez se hacían más cortos, a las seis de la tarde era ya de noche y cuando no me tocaba guardia me subía al ático que me asignaba María, la mujer de Manuel. Esa noche nos tocó por casualidad (quiero pensar que fue simple casualidad) a Sara y a mí en el mismo cuarto. No tranquilos, no pasó absolutamente nada. De hecho nos hicimos inseparables, desde aquella noche, dormíamos en el mismo cuarto por sistema. Ella me fascinaba, no alcanzaba a entender como estaba tan tranquila, tan calmada, me transmitía esperanza y a la vez me rompía el corazón cuando la oía llorar en sueños llamando a su familia o a su novio. Se despertaba sobresaltada gritando muchas de las noches y me pasaba horas intentando calmarla. Hasta el alma mas fuerte a veces se deshace en mil pedazos, pero no me importaba en absoluto estar ahí para tranquilizarla. Una de las noches ocurrió algo fuera de lugar. Siempre dormía con un ojo abierto, una buena o mala costumbre, según por donde lo mires, que fui adquiriendo con el paso de las semanas, y después de mi primer encontronazo con cinco caminantes, comprenderéis que no era capaz de dormir a pierna suelta. Una de las decenas de veces que abría el ojo para comprobar que todo estaba en orden vi que Sara no estaba en su cama. Rápidamente me levante, me puse una sudadera, cogí la palanca de metal que me dieron para las noches de guardia y registre la casa procurando no despertar a nadie. Nada, todo el mundo estaba en sus habitaciones y no había ni rastro de Sara. Entonces decidí salir del piso… Puta locura ¿A quién coño se le ocurre salir en mitad de la noche con millones de esas mierdas rondando por ahí? Pues a mí, y a Sara claro. Por mi mente pasaban cientos de explicaciones posibles para su ausencia, pero ninguna lógica. Baje las escaleras (ocho pisos nada más y nada menos) con la palanca metida en el cinturón a modo de espada y la linterna de manivela en la mano. Al salir me encontré a Alfonso, uno de los que hacía guardia. Le pregunté si había visto a Sara y me dijo que no, que no había pasado ni un alma en toda la noche. Pregunte a Carlos, que estaba en la salida Norte (Los bloques y los pisos se dividían de la siguiente manera: Norte-“Bloque A”; Sur-“Bloque B”; Este-“Bloque C” y Oeste-“Bloque D”) Pregunté a los otros y no obtuve nada en claro. Si es cierto que había que abarcar bastante terreno entre sólo cuatro personas, y cabía la posibilidad de que se hubiera escabullido en algún vaivén de alguno de los guardas. No sabía por dónde había salido pero si como, estaba claro, todos teníamos llaves del portal y de las entradas traseras. En cada reja que rodeaba el patio había dos salidas por cada lado del cuadrado que era nuestra urbanización, así que pudo haber salido por cualquiera. Hasta que caí en la cuenta…
Su novio, esa era la razón, estoy seguro, cada noche gritaba su nombre en sueños y lloraba hasta volver a quedarse dormida… Tenía que ser él, ya que su familia podría estar en cualquier parte, en sus centros de trabajo, atrapados en algún túnel… Mil posibilidades. El novio en cambio vive cerca de nuestro refugio. Joder… Abrí una de las puertas, salí y la volví a cerrar con llave. Estaba todo muy oscuro, veía más bien poco, además esa noche no había luna, solo nubes. Me acerqué a la esquina donde estaba la pequeña tienda de ultramarinos, avancé hacia la derecha y me metí en el soportal de la farmacia, vi la boca de metro, con el cierre metálico echado. Y solo oía el viento y algún que otro aullido de caminantes. A simple vista había cuatro, tres en la carretera y otro en mi misma acera, un poco más abajo. Cogí la palanca de mi cinturón y sin pensarlo dos veces me lance a por él. Le clave la punta en el ojo, me aparté justo a tiempo para que no me salpicara el chorro de sangre virulenta que salió disparado hacia mi cara. Cuando dejo de convulsionar ya en el suelo, le extraje la palanca, la limpie un poco en su ropa y seguí mi camino. No sabía cuánto me llevaba Sara de ventaja, pero tampoco podría anda muy lejos, seguramente no iba armada.